Club Altosano

03
Mar

La Primavera y La Renovación De La Naturaleza en Mesoamérica

Desde hace aproximadamente 25 años en el templo del Sol, en Teotihuacán, Edo. de México, y en el Castillo en Chichén-Itzá, Yuc., se popularizo la creencia de que, en los centros ceremoniales prehispánicos, durante el Equinoccio de Primavera, los indígenas del México precolombino realizaban rituales encaminados a “cargar energía”, proceso que se concretaría si se ascendía a la parte superior de los monumentos.
El concepto “equinoccio” proviene de los vocablos griegos “euqus”: igual y “nox”: noche. Este término se aplica al evento astronómico donde el día y la noche duran exactamente el mismo tiempo. Cada año suceden dos acontecimientos
de este tipo:

  • El Equinoccio de Primavera y el Equinoccio de Otoño, con fechas aproximadas entre 20-21 de marzo y 21-22 de septiembre, respectivamente. En otras palabras, la Tierra se sitúa precisamente a la mitad, del infinito vaivén que realiza con respecto a su órbita alrededor del Sol, por lo que ambos equinoccios corresponden al momento en que suceden cambios de estación, distintos éstos, tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur.
  • La renovación de la naturaleza en Mesoamérica

Las sociedades mesoamericanas intentaron llevar un registro exacto de los fenómenos astronómicos, habiendo construido observatorios en algunos centros ceremoniales, siendo los más famosos el de Chichén-Itzá, Yuc. y el de Monte-Albán, Oax., donde se dedicaron a la contemplación del firmamento, con lo cual lograron elaborar calendarios, incluso, más exactos que con los que contaron los europeos.

En el mes que ahora llamamos marzo, lo nombraban “Tlacaxipehualixtli” (que significaría “renovación de la tierra”; en el viejo mundo, su equivalente corresponde a la Primavera) teniendo lugar complejas ceremonias religiosas para anunciar el renacimiento de la naturaleza y el comienzo de los trabajos agrícolas, con la finalidad de que los dioses, halagados, propiciaran ricas cosechas y no ocurrieran desastres naturales que las dañaran, pues de ello dependían los bastimentos para comunidad. La fiesta principal consistía en el “desollamiento de hombres”, dedicada al dios “Xipe-Totec” (Nuestro Señor el Desollado) dios de lo que ahora llamamos primavera y más tardíamente, también fue protector de los orfebres (Durán; 1981).

Los festejos a esta deidad duraban veinte días y como parte de los numerosos rituales, se sacrificaban guerreros tomados prisioneros en las batallas. Se les sacaba el corazón en la piedra de sacrificios, situada en la parte alta de las escalinatas que daban acceso al templo y posteriormente, se desollaban. Los sacerdotes portaban, como una especie de capa, la piel de los sacrificados durante los días que duraban las festividades. Lo que quedaba de los guerreros inmolados se arrojaba a la muchedumbre que, aglomerada en la plaza, se abalanzaban desaforadamente sobre los despojos para poder arrancar una porción de carne, la cual cocían con granos de maíz y chile, guiso que se conoce en nuestros días como pozole (potzolli).

Siglos más tarde, en la Gran México-Tenochtitlan, también en este mes tenía lugar el sacrificio de un prisionero en una piedra labrada llamada “temalacatl”. Este evento consistía en amarrar a un guerrero que había sido tomado como prisionero en algún enfrentamiento, al cual se le entregaban objetos de papel y plumas, que simulaban armas y tenía que luchar contra cuatro fuertes guerreros que portaban escudos y espadas con filosas navajas de obsidiana.
Fuente: Delgadillo Torres, Rosalba (2008), en el Vol. 13 de la Revista “Casa del Tiempo” de la UAM, disponible en http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/13_iv_nov_2008/casa_del_tiempo_eIV_num13_57_62.pdf

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